Entrevista a la
psicóloga social, Ana Higueras Santander
“La aceptación de lo que ha pasado es el primer paso para
superar las consecuencias de cualquier desgracia”
William
James (filósofo y psicólogo – EE.UU.)
Hace años, cuando colaboraba en diversas publicaciones, siempre acudía
a las entrevistas acompañada de una pequeña grabadora, una reliquia heredada;
así, esta secretaria accidental me apuntaba aquellos detalles sobre los que
más tarde descubrí que nunca prestaba atención.
Desde que escribo este blog me permito el lujo de hacer aquello que me apetece, cuando me apetece, sin mayor mandato que el mero gusto por disfrutar. En esta entrevista que os presento
a continuación me quedo con la cercanía, con el pulso de mi bolígrafo PILOT de
tinta azul al que tanto debo, con el testimonio, con el “yo” de verdad en primera
persona, con el tono y la palabra. Descubrí que nadie, ninguno, pasamos con éxito el examen del tiempo, y que las
opiniones, a veces, como diría “Juan Perro”, son huellas
sonoras que pueden llegar a anclarnos; sea este un alegato a la suelta
de lastre, al apego consciente en el que cuento con una compañera de viaje excepcional para la ocasión.
Desde hace tiempo tenía ganas de
sentarme a hablar con Ana Higueras, pues es una persona que siempre
me ha despertado mucha curiosidad; nada mejor para mi inquietud hedonista, que
utilizar este blog a modo de excusa, para compartir con ella conversación y una
mesa en el Café del Infante de Villaviciosa de Odón.
Ana es el sueño de todo
entrevistador, pues ninguna pregunta queda sin respuesta; tiene el don de
responder desde la reflexión profunda pero inmediata, conjuga esa espontaneidad
que los puristas detestan, pues habla desde la honestidad y el corazón, desde
la improvisación y la sinceridad en estado puro.
Me sorprende que muchas de las
personas con las que Ana se relaciona en este ir y venir que es la vida,
desconocen la verdadera vocación y profesión de esta Psicóloga Social; sus
múltiples y conocidas incursiones en la prensa local - actualmente en la revista editada por la Asociación Cultural ACUA – han hecho que se la identifique con la función
periodística en algunos sectores, más que con la intervención social; de ahí
que casi casi, Ana me permita el privilegio de poder “presentarla” a aquellos
para los que es una gran y pública desconocida.
La entrevista comienza en 3,2,1…
S.F.: ¿Cómo y en qué momento tomas la determinación de estudiar
Psicología y dedicarte a ella profesionalmente?
A.H.: Considero que casi soy psicóloga de
nacimiento, aunque decir esto sea contravenir lo políticamente y personalmente correcto;
psicóloga en el sentido de que si algo me ha interesado siempre han sido las
reacciones y los comportamientos, psicóloga social en cuanto que me atraen
especialmente las influencias de los grupos y los comportamientos colectivos o
del individuo ante una presión pública. Unido
a esto, bastante gente ha acudido a mí a lo largo del tiempo a contarme sus
inquietudes y a pedirme opinión, lo que,
además de satisfacerme enormemente, me hizo entender que por ahí iba mi
vocación. A esto me refiero al “de
nacimiento”, no a que la psicología sea una capacidad. Aún así, como siempre tuve
muy buenas notas, empecé a estudiar Derecho y Empresariales en ICADE –tal vez
fruto de expectativas autoimpuestas y deseabilidad social, variables muy a
tener en cuenta desde la Psicología Social-, pero tras dos años entendí que lo
que me llama, lo que soy, lo que me completa, es el contacto con el otro, la
necesidad de explicación y entendimiento, y, más allá, el poder extraer teorías
generales de comportamientos concretos; Esto me ha hecho descubrirme como una
“observadora del mundo”, una analista dispuesta a sacar conclusiones de los
patrones repetidos en los comportamientos humanos.
S.F.: ¿Por qué la psicología social y no otro campo de actuación?
A.H.: Es una cuestión de interpretación de
la realidad cotidiana, de forma de mirar el mundo. Te voy a poner un ejemplo:
cuando era pequeña y me encontraba algo en la calle, miraba a un lado y a otro
en vez de cogerlo, pues siempre pensaba que alguien lo había dejado allí para
observar los comportamientos de quienes pasaban. Una vez, incluso, me llené la
mano de pintura al “desafiar” un cartel de recién pintado en un banco, pues
estaba convencida de que se trataba de un montaje para comprobar si la gente
creía todo lo que se le indicaba… esta orientación natural engarza de lleno con
los clásicos experimentos de la psicología social, con teorías relacionales e
influencias, dando un énfasis importante al entorno. Además, en lo referente a
la clínica de manera estricta, admiro a quien se mueve en este ámbito, ya que
yo me siento bastante menos capaz: siempre he tenido el mismo temor a las
etiquetas, a los juicios clínicos y a los veredictos (tampoco podría ser juez);
los diagnósticos, el poner un nombre a un trastorno, a una situación de crisis,
me parece que determina el comportamiento y la realidad (si eres “x” tiendes a
comportarte como “x” y los demás te
tratan como tal) Siempre me he visto más identificada con la posibilidad de
facilitar a la gente su interacción con el mundo, más capaz de interpretar el
mundo en clave de reciprocidad, más segura en la intervención y disección de
realidades compartidas que se influyen mutuamente.
S.F.: Dentro del campo que elegiste, ¿cuál es el enfoque con el que más
te identificas?
A.H.: Siempre he sido un poco ecléctica,
muy de quedarme con un poco de aquí y un poco de allá; en mi día a día, fuera
del ejercicio profesional, hay quien me denomina “verso suelto” en cuanto que
no “rimo” ni con unos ni con otros. Esto se debe a algo muy psicológico, como
es el mundo de las categorías, de los estándares, de las etiquetas como
facilitadores vitales. A mí, en la vida y en la psicología, no me gustan las
adscripciones a ultranza, porque no hay nada (no sé si por suerte o por
desgracia) que me convenza 100%. De este modo, el enfoque de la carrera fue
eminentemente cognitivo-conductual, con pinceladas de otros paradigmas
clásicos, aunque en la especialidad de social ya nos adentramos más en otros métodos,
tendencias y prismas, sobre todo en el análisis de los temas que ciertamente me
apasionan (atracción, actitudes, prejuicios, expectativas, estereotipos,
socialización, grupos, comunicación…) Después de terminar la carrera me formé
en terapia familiar sistémica, enfoque que
pone el énfasis en los procesos comunicacionales del sistema, y donde el tradicional
paciente, el “paciente designado”, no es
sino parte de una dinámica disfuncional, una pieza que habitualmente preserva con
su conducta el sistema cuya homeostasis
corre un riesgo: como ya he repetido, me apasionan las relaciones, sus mecanismos,
sus influencias. Actualmente estoy cursando el máster de mediación familiar, y
sigo sintiéndome incapaz de adscribirme a una corriente psicológica en concreto:
me quedo con algunas explicaciones
psicoanalíticas, con ciertos métodos gestálticos, con teorías del análisis
transaccional, con la esencia de la teoría de sistemas, con la aplicación
comunitaria… creo que en psicología es relevante la observación, la
comunicación y la empatía: saber qué necesita, qué espera y qué puede funcionar
con tu “cliente”, ya sea una persona o una comunidad. Aún así parto de la idea de que todas las
corrientes son dignas de tenerse en cuenta, todo lo que sirva es válido, todo
lo que funciona, bienvenido sea. Esto es algo así como cuando en medicina el
profesional decide si recetarte ibuprofeno o paracetamol, puede que incluso se
aventure en el uso de homeopatía o de acupuntura, y tú tienes claro que él es quien sabe qué
herramienta es la adecuada. El problema que veo es que la nuestra es una disciplina
muy denostada, siempre se nos cuestiona, sigue habiendo cierta reticencia a ir
al psicólogo y aún resulta necesario erradicar creencias de que esto es como
hablar con un amigo o frases hechas del estilo “es que soy medio psicólogo”,
porque yo no soy medio arquitecto, o “yo es que tengo mucha psicología”, ya que
a nadie se le ocurre decir que tiene mucha ingeniería.
S.F.: Dentro de las funciones que desarrollas a diario ¿en cuál de
ellas te sientes más cómoda?
A.H.: El papel de un psicólogo social en un
centro de Servicios Sociales de atención primaria, esencialmente, se centra en
la investigación, planificación,
evaluación y diseño de programas, en definitiva en testar la realidad, diseñar
cómo y en qué intervenir. Se trata de relacionar las demandas individuales con
las demandas de la población general, priorizar, definir e intervenir junto al
resto de agentes sociales y optimizar recursos. Me gusta mucho la parte de
planificación y análisis, pero ciertamente en tiempos de crisis y cambio,
cuando los recursos son limitados y las demandas varían, esa parte de
prevención e intervención social se ve relegada a un segundo plano por la
urgencia de situaciones de mayor inmediatez y urgencia que hacen destinar la
gran parte de los recursos disponibles a paliar situaciones de subsistencia y
primera necesidad, por lo que se tiende a preservar aquellos programas que se
sabe que son necesarios y que funcionan (mediación y terapia familiar,
intervención con adolescentes…) Últimamente me doy aún más cuenta de la fuerza
y la necesidad de la intervención comunitaria y grupal, de la potencia que
tienen determinados espacios y dinámicas no solo a nivel inmediato de
intervención o prevención (talleres de redes sociales con mayores, o de
prevención de ciberbullying con adolescentes, por ejemplo), sino como lugares
de captación de demandas y de detección de riesgos, pilares fundamentales en un
diseño de intervención: la realidad siempre habla, hay que escucharla, es la
que nos dice hacia dónde ir.
S.F.: En estos años, la crisis económica ha impactado de lleno en la
vida cotidiana de los ciudadanos, desde tu experiencia ¿qué demandas os
encontráis los profesionales de los SS.SS.?
A.H.: La crisis ha cambiado completamente
la vida de todos, y no solo en la vertiente económica. Volviendo a la teoría de
sistemas, y a mi optimismo irredento, voy a empezar con lo bueno: hace unos
quince años, cuando yo empecé en esto, recuerdo que hicimos una campaña
divulgativa de los servicios sociales municipales con el lema “de todos, para
todos”, resumiendo la filosofía de la universalidad, de la “normalización”. Se
trataba de romper prejuicios (“ahí van los pobres”, “eso es para los
inmigrantes”) en pos de unos servicios globales y preventivos, incidiendo en
campañas educativas, poniendo en marcha programas inclusivos (escuelas de
padres, terapia y mediación familiar, talleres formativos) que además de
responder a su objetivo sirvieran para que la población entendiese que los
servicios sociales no son un recurso para determinados colectivos, sino una
puerta a la que acudir a informarse, a proponer, a gestionar algo tan común
como una plaza de residencia o una ayuda para nuestros mayores. Aún así, ha sido “gracias” a la crisis cuando
muchos han acudido por primera vez a servicios sociales, entendiendo entonces
que no solo se trata de recibir un apoyo económico, sino que existe una
intervención social mucho más compleja y global. Creo que ahora hemos entendido
que esa línea imaginaria que servía de red y que nos hacía pensar que “a
nosotros, no” ya no existe, y a todos nos puede ir mal en cualquier momento. El
mundo se ha tambaleado a tal velocidad y para tantos que jamás lo pensaron que
esa estigmatización de los usuarios de servicios sociales se ha caído por su
propio peso, porque ahora eres tú, o yo, o tu madre… y entonces entendemos que no es solo una ayuda económica
o una gestión de dependencia, sino necesidad de apoyo psicológico, de
mediación, de asesoría jurídica en temas sociales… La experiencia nos habla de
una intervención integral: alguien acude a servicios sociales por una demanda
económica y debajo subyace mucho más: la privación de empleo afecta a infinidad
de áreas de la vida, al desarrollo personal, el autoconcepto, a la
imposibilidad de tomar ciertas decisiones, a conflictos familiares y de pareja.
Insisto en que uno de nuestros retos, un clásico, es terminar con la identificación
de servicios sociales con la antigua beneficencia, y, de paso, llevar todas estas sinergias a la relación de
ayuda comunitaria. Para ello una de las competencias de los primeros contactos
que mantenemos con las personas que acuden a nosotros, es la de mostrar apoyo,
contención y la de aportar calma. La persona con la que se interviene, a menudo
acusa vergüenza, desánimo e incluso culpa. Todos hemos vivido de cerca la vulnerabilidad
en estos tiempos, antes era más común trabajar con familias más “cronificadas”,
necesitadas a todas luces de una ayuda continuada; en la actualidad son las
familias antaño “normalizadas”, las que conviven con realidades complejas. En
definitiva los Servicios Sociales se han abierto a personas que antes era
impensable que fuesen demandantes. Esto ha desmontado el mito, acuden a
nosotros personas cuyos recursos han ido de más a menos. Esta es la razón por
la que animo a las personas a que conozcan los recursos que les puede facilitar
su propia comunidad, su entorno más cercano, que ante cualquier demanda social
no duden en acudir a los servicios públicos en busca de apoyo y asesoramiento.
En estos tiempos toda una generación ha de
recuperar la capacidad de creer, de volver a confiar, de crear iniciativas, de
buscar aquello que verdaderamente quieren hacer, de ahí que opciones como el
autoempleo, la innovación social, el emprendimiento cobren cada día más fuerza.
Venimos de una época larga de inmovilismo en la que predominaban tendencias
como la de buscar un trabajo para toda la vida, comprar una casa…todo esto ha
cambiado. Ahora en cambio nos encontramos con situaciones impensables hace un
tiempo, personas con patrimonio que no puede vender por las condiciones del
mercado, y que en cambio no tienen trabajo y pasan por estrecheces y
necesidades económicas. Aún así, como tiendo a ser una optimista irredenta, aunque
en quienes más pienso al pensar en crisis es en esa generación de jóvenes que,
enormemente formados, y recién acabados sus postgrados no encuentran trabajo
aquí, también me quedo con alguna cosa buena, como el que esta generación
saldrá adelante porque sin duda ha estudiado por vocación, ya que hoy se tienen igual (de
pocas) opciones de empleo siendo psicólogo o ingeniero industrial.
S.F.: ¿Qué iniciativa novedosa has conocido últimamente que te haya
parecido interesante en el ámbito social?
A.H.: Me parecen interesantes muchas
iniciativas, que con la que está cayendo haya personas que no pierden la
vocación, que aún sin trabajo en este
ámbito y posiblemente en ningún otro, siguen vinculados a través de iniciativas
solidarias, voluntariado… Creo en las iniciativas que consideran a la persona
como agente de su vida, de su cambio, de su posibilidad; proyectos que se
apoyan en el concepto de comunidad, la psicología del optimismo, la tendencia
de mirar al futuro, minimizar lo malo y enfocar a lo positivo ensalzando lo
bueno, propuestas que nacen desde las ONG y que apoyan a las personas sin
recursos, todas esas campañas con pocos medios y grandes ganas que piensan
global y actúan local, recurriendo a aquella famosa frase de los 60. Esto me
lleva en contraposición a determinados “semi realitys” que me ponen los pelos
de punta por el regodeo y la exhibición de las desgracias ajenas como forma de
apelar a una solidaridad (real, existente, al igual que los problemas) a través
de la pena… no creo que sea la forma, hay que incidir en derechos, en
educación, en respeto, en conceptos de solidaridad versus caridad, en el apoyo comunitario, y eso se hace mucho
y muy bien, creo que en general hay mucho criterio y mucha formación, además de
vocación, en el ámbito de la intervención social. De hecho el sector de las ONG
está respondiendo de forma rápida, ya que al ser más flexible y dinámico que
las administraciones puede amoldarse con mayor celeridad a las necesidades que
van surgiendo en este proceso de cambio. Lo bueno de esto es que yo creo que la
Administración en temas sociales no vive alejada de estos fenómenos y
movimientos, sino que existe una gran colaboración y apoyo, por lo que se
establecen dinámicas beneficiosas para el ciudadano. Me parece también muy interesante y sigo con
atención, todo aquello que ahonda en el hacer más con menos, en usar las redes sociales,
las tecnologías, en definitiva todo aquello que facilita transparencia y
acceso, intercambio. Creo que la clave está en la reflexión sosegada y en lo
conjunto: sentido común y sentido de lo común.
S.F.: Si pudieses empezar de nuevo ¿elegirías otra vez psicología?
A.H.: Sí, sin duda volvería a estudiar
psicología, y aunque profundizaría en la dinámica de las relaciones humanas
como pilar del entendimiento, especializándome quizá más en intervención
directa, también me orientaría más hacia
la investigación, pues a veces el día a día no deja margen para la reflexión.
Me encantaría, por otra parte, desarrollar la parte divulgativa de la
psicología: creo que me sentiría cómoda y corren tiempos propicios para bajar a
la arena, escuchar, compartir, investigar y luego plasmar, dejando al margen
jergas específicas y vocabulario excluyente, escribiendo desde y para el entendimiento.
Así es cómo he pasado una tarde con Ana, una tarde estival y agradable,
con la única compañía de un magnolio
mítico que ha presidido en todo momento nuestro encuentro… Así se ha desarrollado una
conversación que parecía haber estado pendiente desde hacía años.
Ana Higueras Santander me ha dado espacio para
entrevistar y también para hablar de
esto y de aquello, y en especial del mundo apasionante que nos une y a la vez
conecta con miles de personas que un día decidieron no estudiar Derecho ni
Empresariales, y sí dedicarse a una profesión denostada, pero que como hace
poco le escuche a la grandísima Macarena Chías,
“sin duda alguna es la más bonita del
mundo”.
Si quieres saber más de Ana puedes encontrarlo en…
@AnaHiguerasS