sábado, 5 de julio de 2014

La cultura del compromiso, la cultura de lo social

Entrevista a la psicóloga social, Ana Higueras Santander


“La aceptación de lo que ha pasado es el primer paso para superar las consecuencias de cualquier desgracia”

William James (filósofo y psicólogo – EE.UU.)

Hace años, cuando colaboraba en diversas publicaciones, siempre acudía a las entrevistas acompañada de una pequeña grabadora, una reliquia heredada;  así, esta secretaria accidental me apuntaba aquellos detalles sobre los que más tarde descubrí que nunca prestaba atención. 

Desde que escribo este blog me permito el lujo de hacer aquello que me apetece, cuando me apetece, sin mayor mandato que el mero gusto por disfrutar. En esta entrevista que os presento a continuación me quedo con la cercanía, con el pulso de mi bolígrafo PILOT de tinta azul al que tanto debo, con el testimonio, con el “yo” de verdad en primera persona, con el tono y la palabra. Descubrí que nadie, ninguno, pasamos con éxito el examen del tiempo, y que las opiniones, a veces, como diría “Juan Perro”, son huellas sonoras que pueden llegar a anclarnos; sea este un alegato a la suelta de lastre, al apego consciente en el que cuento con una compañera de viaje excepcional para la ocasión.

Desde hace tiempo tenía ganas de sentarme a hablar con Ana Higueras, pues es una persona que siempre me ha despertado mucha curiosidad; nada mejor para mi inquietud hedonista, que utilizar este blog a modo de excusa, para compartir con ella conversación y una mesa en el Café del Infante de Villaviciosa de Odón.

Ana es el sueño de todo entrevistador, pues ninguna pregunta queda sin respuesta; tiene el don de responder desde la reflexión profunda pero inmediata, conjuga esa espontaneidad que los puristas detestan, pues habla desde la honestidad y el corazón, desde la improvisación y la sinceridad en estado puro.

Me sorprende que muchas de las personas con las que Ana se relaciona en este ir y venir que es la vida, desconocen la verdadera vocación y profesión de esta Psicóloga Social; sus múltiples y conocidas incursiones en la prensa local  - actualmente en la revista editada por la Asociación Cultural ACUA – han hecho que se la identifique con la función periodística en algunos sectores, más que con la intervención social; de ahí que casi casi, Ana me permita el privilegio de poder “presentarla” a aquellos para los que es una gran y pública desconocida.

La entrevista comienza en 3,2,1…





S.F.: ¿Cómo y en qué momento tomas la determinación de estudiar Psicología y dedicarte a ella profesionalmente?

A.H.: Considero que casi soy psicóloga de nacimiento, aunque decir esto sea contravenir lo políticamente y personalmente correcto; psicóloga en el sentido de que si algo me ha interesado siempre han sido las reacciones y los comportamientos, psicóloga social en cuanto que me atraen especialmente las influencias de los grupos y los comportamientos colectivos o del individuo ante una presión pública.  Unido a esto, bastante gente ha acudido a mí a lo largo del tiempo a contarme sus inquietudes  y a pedirme opinión, lo que, además de satisfacerme enormemente, me hizo entender que por ahí iba mi vocación.  A esto me refiero al “de nacimiento”, no a que la psicología sea una capacidad. Aún así, como siempre tuve muy buenas notas, empecé a estudiar Derecho y Empresariales en ICADE –tal vez fruto de expectativas autoimpuestas y deseabilidad social, variables muy a tener en cuenta desde la Psicología Social-, pero tras dos años entendí que lo que me llama, lo que soy, lo que me completa, es el contacto con el otro, la necesidad de explicación y entendimiento, y, más allá, el poder extraer teorías generales de comportamientos concretos; Esto me ha hecho descubrirme como una “observadora del mundo”, una analista dispuesta a sacar conclusiones de los patrones repetidos en los comportamientos humanos.

S.F.: ¿Por qué la psicología social y no otro campo de actuación?

A.H.: Es una cuestión de interpretación de la realidad cotidiana, de forma de mirar el mundo. Te voy a poner un ejemplo: cuando era pequeña y me encontraba algo en la calle, miraba a un lado y a otro en vez de cogerlo, pues siempre pensaba que alguien lo había dejado allí para observar los comportamientos de quienes pasaban. Una vez, incluso, me llené la mano de pintura al “desafiar” un cartel de recién pintado en un banco, pues estaba convencida de que se trataba de un montaje para comprobar si la gente creía todo lo que se le indicaba… esta orientación natural engarza de lleno con los clásicos experimentos de la psicología social, con teorías relacionales e influencias, dando un énfasis importante al entorno. Además, en lo referente a la clínica de manera estricta, admiro a quien se mueve en este ámbito, ya que yo me siento bastante menos capaz:  siempre he tenido el mismo temor a las etiquetas, a los juicios clínicos y a los veredictos (tampoco podría ser juez); los diagnósticos, el poner un nombre a un trastorno, a una situación de crisis, me parece que determina el comportamiento y la realidad (si eres “x” tiendes a comportarte  como “x” y los demás te tratan como tal) Siempre me he visto más identificada con la posibilidad de facilitar a la gente su interacción con el mundo, más capaz de interpretar el mundo en clave de reciprocidad, más segura en la intervención y disección de realidades compartidas que se influyen mutuamente.

S.F.: Dentro del campo que elegiste, ¿cuál es el enfoque con el que más te identificas?

A.H.: Siempre he sido un poco ecléctica, muy de quedarme con un poco de aquí y un poco de allá; en mi día a día, fuera del ejercicio profesional, hay quien me denomina “verso suelto” en cuanto que no “rimo” ni con unos ni con otros. Esto se debe a algo muy psicológico, como es el mundo de las categorías, de los estándares, de las etiquetas como facilitadores vitales. A mí, en la vida y en la psicología, no me gustan las adscripciones a ultranza, porque no hay nada (no sé si por suerte o por desgracia) que me convenza 100%. De este modo, el enfoque de la carrera fue eminentemente cognitivo-conductual, con pinceladas de otros paradigmas clásicos, aunque en la especialidad de social ya nos adentramos más en otros métodos, tendencias y prismas, sobre todo en el análisis de los temas que ciertamente me apasionan (atracción, actitudes, prejuicios, expectativas, estereotipos, socialización, grupos, comunicación…) Después de terminar la carrera me formé en terapia familiar sistémica, enfoque que pone el énfasis en los procesos comunicacionales del sistema, y donde el tradicional paciente, el “paciente designado”,  no es sino parte de una dinámica disfuncional, una pieza que habitualmente preserva con su conducta el sistema  cuya homeostasis corre un riesgo: como ya he repetido, me apasionan las relaciones, sus mecanismos, sus influencias. Actualmente estoy cursando el máster de mediación familiar, y sigo sintiéndome incapaz de adscribirme a una corriente psicológica en concreto:  me quedo con algunas explicaciones psicoanalíticas, con ciertos métodos gestálticos, con teorías del análisis transaccional, con la esencia de la teoría de sistemas, con la aplicación comunitaria… creo que en psicología es relevante la observación, la comunicación y la empatía: saber qué necesita, qué espera y qué puede funcionar con tu “cliente”, ya sea una persona o una comunidad.  Aún así parto de la idea de que todas las corrientes son dignas de tenerse en cuenta, todo lo que sirva es válido, todo lo que funciona, bienvenido sea. Esto es algo así como cuando en medicina el profesional decide si recetarte ibuprofeno o paracetamol, puede que incluso se aventure en el uso de homeopatía o de acupuntura,  y tú tienes claro que él es quien sabe qué herramienta es la adecuada.  El  problema que veo es que la nuestra es una disciplina muy denostada, siempre se nos cuestiona, sigue habiendo cierta reticencia a ir al psicólogo y aún resulta necesario erradicar creencias de que esto es como hablar con un amigo o frases hechas del estilo “es que soy medio psicólogo”, porque yo no soy medio arquitecto, o “yo es que tengo mucha psicología”, ya que a nadie se le ocurre decir que tiene mucha ingeniería.

S.F.: Dentro de las funciones que desarrollas a diario ¿en cuál de ellas te sientes más cómoda?

A.H.: El papel de un psicólogo social en un centro de Servicios Sociales de atención primaria, esencialmente, se centra en la  investigación, planificación, evaluación y diseño de programas, en definitiva en testar la realidad, diseñar cómo y en qué intervenir. Se trata de relacionar las demandas individuales con las demandas de la población general, priorizar, definir e intervenir junto al resto de agentes sociales y optimizar recursos. Me gusta mucho la parte de planificación y análisis, pero ciertamente en tiempos de crisis y cambio, cuando los recursos son limitados y las demandas varían, esa parte de prevención e intervención social se ve relegada a un segundo plano por la urgencia de situaciones de mayor inmediatez y urgencia que hacen destinar la gran parte de los recursos disponibles a paliar situaciones de subsistencia y primera necesidad, por lo que se tiende a preservar aquellos programas que se sabe que son necesarios y que funcionan (mediación y terapia familiar, intervención con adolescentes…) Últimamente me doy aún más cuenta de la fuerza y la necesidad de la intervención comunitaria y grupal, de la potencia que tienen determinados espacios y dinámicas no solo a nivel inmediato de intervención o prevención (talleres de redes sociales con mayores, o de prevención de ciberbullying con adolescentes, por ejemplo), sino como lugares de captación de demandas y de detección de riesgos, pilares fundamentales en un diseño de intervención: la realidad siempre habla, hay que escucharla, es la que nos dice hacia dónde ir.

S.F.: En estos años, la crisis económica ha impactado de lleno en la vida cotidiana de los ciudadanos, desde tu experiencia ¿qué demandas os encontráis los profesionales de los SS.SS.?

A.H.: La crisis ha cambiado completamente la vida de todos, y no solo en la vertiente económica. Volviendo a la teoría de sistemas, y a mi optimismo irredento, voy a empezar con lo bueno: hace unos quince años, cuando yo empecé en esto, recuerdo que hicimos una campaña divulgativa de los servicios sociales municipales con el lema “de todos, para todos”, resumiendo la filosofía de la universalidad, de la “normalización”. Se trataba de romper prejuicios (“ahí van los pobres”, “eso es para los inmigrantes”) en pos de unos servicios globales y preventivos, incidiendo en campañas educativas, poniendo en marcha programas inclusivos (escuelas de padres, terapia y mediación familiar, talleres formativos) que además de responder a su objetivo sirvieran para que la población entendiese que los servicios sociales no son un recurso para determinados colectivos, sino una puerta a la que acudir a informarse, a proponer, a gestionar algo tan común como una plaza de residencia o una ayuda para nuestros mayores.  Aún así, ha sido “gracias” a la crisis cuando muchos han acudido por primera vez a servicios sociales, entendiendo entonces que no solo se trata de recibir un apoyo económico, sino que existe una intervención social mucho más compleja y global. Creo que ahora hemos entendido que esa línea imaginaria que servía de red y que nos hacía pensar que “a nosotros, no” ya no existe, y a todos nos puede ir mal en cualquier momento. El mundo se ha tambaleado a tal velocidad y para tantos que jamás lo pensaron que esa estigmatización de los usuarios de servicios sociales se ha caído por su propio peso, porque ahora eres tú, o yo, o tu madre… y entonces  entendemos que no es solo una ayuda económica o una gestión de dependencia, sino necesidad de apoyo psicológico, de mediación, de asesoría jurídica en temas sociales… La experiencia nos habla de una intervención integral: alguien acude a servicios sociales por una demanda económica y debajo subyace mucho más: la privación de empleo afecta a infinidad de áreas de la vida, al desarrollo personal, el autoconcepto, a la imposibilidad de tomar ciertas decisiones, a conflictos familiares y de pareja. Insisto en que uno de nuestros retos, un clásico, es terminar con la identificación de servicios sociales con la antigua beneficencia, y, de paso,  llevar todas estas sinergias a la relación de ayuda comunitaria. Para ello una de las competencias de los primeros contactos que mantenemos con las personas que acuden a nosotros, es la de mostrar apoyo, contención y la de aportar calma. La persona con la que se interviene, a menudo acusa vergüenza, desánimo e incluso culpa. Todos hemos vivido de cerca la vulnerabilidad en estos tiempos, antes era más común trabajar con familias más “cronificadas”, necesitadas a todas luces de una ayuda continuada; en la actualidad son las familias antaño “normalizadas”, las que conviven con realidades complejas. En definitiva los Servicios Sociales se han abierto a personas que antes era impensable que fuesen demandantes. Esto ha desmontado el mito, acuden a nosotros personas cuyos recursos han ido de más a menos. Esta es la razón por la que animo a las personas a que conozcan los recursos que les puede facilitar su propia comunidad, su entorno más cercano, que ante cualquier demanda social no duden en acudir a los servicios públicos en busca de apoyo y asesoramiento.
En estos tiempos toda una generación ha de recuperar la capacidad de creer, de volver a confiar, de crear iniciativas, de buscar aquello que verdaderamente quieren hacer, de ahí que opciones como el autoempleo, la innovación social, el emprendimiento cobren cada día más fuerza. Venimos de una época larga de inmovilismo en la que predominaban tendencias como la de buscar un trabajo para toda la vida, comprar una casa…todo esto ha cambiado. Ahora en cambio nos encontramos con situaciones impensables hace un tiempo, personas con patrimonio que no puede vender por las condiciones del mercado, y que en cambio no tienen trabajo y pasan por estrecheces y necesidades económicas. Aún así, como tiendo a ser una optimista irredenta, aunque en quienes más pienso al pensar en crisis es en esa generación de jóvenes que, enormemente formados, y recién acabados sus postgrados no encuentran trabajo aquí, también me quedo con alguna cosa buena, como el que esta generación saldrá adelante porque sin duda ha estudiado  por vocación, ya que hoy se tienen igual (de pocas) opciones de empleo siendo psicólogo o ingeniero industrial.

S.F.: ¿Qué iniciativa novedosa has conocido últimamente que te haya parecido interesante en el ámbito social?

A.H.: Me parecen interesantes muchas iniciativas, que con la que está cayendo haya personas que no pierden la vocación,  que aún sin trabajo en este ámbito y posiblemente en ningún otro, siguen vinculados a través de iniciativas solidarias, voluntariado… Creo en las iniciativas que consideran a la persona como agente de su vida, de su cambio, de su posibilidad; proyectos que se apoyan en el concepto de comunidad, la psicología del optimismo, la tendencia de mirar al futuro, minimizar lo malo y enfocar a lo positivo ensalzando lo bueno, propuestas que nacen desde las ONG y que apoyan a las personas sin recursos, todas esas campañas con pocos medios y grandes ganas que piensan global y actúan local, recurriendo a aquella famosa frase de los 60. Esto me lleva en contraposición a determinados “semi realitys” que me ponen los pelos de punta por el regodeo y la exhibición de las desgracias ajenas como forma de apelar a una solidaridad (real, existente, al igual que los problemas) a través de la pena… no creo que sea la forma, hay que incidir en derechos, en educación, en respeto, en conceptos de solidaridad versus caridad,  en el apoyo comunitario, y eso se hace mucho y muy bien, creo que en general hay mucho criterio y mucha formación, además de vocación, en el ámbito de la intervención social. De hecho el sector de las ONG está respondiendo de forma rápida, ya que al ser más flexible y dinámico que las administraciones puede amoldarse con mayor celeridad a las necesidades que van surgiendo en este proceso de cambio. Lo bueno de esto es que yo creo que la Administración en temas sociales no vive alejada de estos fenómenos y movimientos, sino que existe una gran colaboración y apoyo, por lo que se establecen dinámicas beneficiosas para el ciudadano.  Me parece también muy interesante y sigo con atención, todo aquello que ahonda en el hacer más con menos, en usar las redes sociales, las tecnologías, en definitiva todo aquello que facilita transparencia y acceso, intercambio. Creo que la clave está en la reflexión sosegada y en lo conjunto: sentido común y sentido de lo común.  

S.F.: Si pudieses empezar de nuevo ¿elegirías otra vez psicología?

A.H.: Sí, sin duda volvería a estudiar psicología, y aunque profundizaría en la dinámica de las relaciones humanas como pilar del entendimiento, especializándome quizá más en intervención directa, también  me orientaría más hacia la investigación, pues a veces el día a día no deja margen para la reflexión. Me encantaría, por otra parte, desarrollar la parte divulgativa de la psicología: creo que me sentiría cómoda y corren tiempos propicios para bajar a la arena, escuchar, compartir, investigar y luego plasmar, dejando al margen jergas específicas y vocabulario excluyente, escribiendo  desde y para el entendimiento.

Así es cómo he pasado una tarde con Ana, una tarde estival y agradable, con la única compañía de un magnolio mítico que ha presidido en todo momento nuestro encuentro… Así se ha desarrollado una conversación que parecía haber estado pendiente desde hacía años.

Ana Higueras Santander me ha dado espacio para entrevistar y también para hablar de esto y de aquello, y en especial del mundo apasionante que nos une y a la vez conecta con miles de personas que un día decidieron no estudiar Derecho ni Empresariales, y sí dedicarse a una profesión denostada, pero que como hace poco le escuche a la grandísima Macarena Chías, “sin duda alguna es la más bonita del mundo”.  

Si quieres saber más de Ana puedes encontrarlo en…

@AnaHiguerasS




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